La Maldad se disfraza de Cordero.
Cuando hablamos de “malicia” nos
referimos a una clara intencionalidad dirigida hacia un otro, con fines
meramente perjudiciales.
A sabiendas, el sujeto que decide causar
sufrimiento a los demás, desde su ignorancia no prevé que el mayor
detrimento va dirigido hacia su propio ser, y más allá de poder provocar
daños colaterales en su entorno, va consumando en su propia existencia
un efecto boomerang, que tarde o temprano termina cayendo en su trampa
mental de pensamientos discordantes, llevando de esta manera a su campo
de experiencias toda la negatividad que pueda por ley de vibración,
atraer.
Sabemos que el pensamiento se conecta con
la emoción, la cual termina manifestándose con la palabra (que bien
puede construir y sanar o derrumbar y adolecer) y a ésta le sigue el
accionar que elegimos llevar a cabo en cada una de nuestras vivencias.
Existen muchos indicadores que dejan en
evidencia el grado de mala intención que pueda llegar a tener un sujeto
respecto a algún otro:
En primera instancia, son personas con un fuerte resentimiento hacia la vida y a su entorno en general, con una disminución significativa o casi nula estima de sí mismas,
lo cual las lleva a sostener un registro erróneo de no ser lo
suficientemente valedera para superarse a sí misma cada día, y eso hace
que la mira a menospreciar sea arrojada externamente.
Sus pensamientos son tóxicos, y éstos mismos van distorsionando la realidad y desvirtuando la existencia de los demás producto de su confusión mental.
Los conflictos internos no resueltos son
proyectados en el afuera por la misma incapacidad de afrontar con valor a
tales experiencias que no fueron procesadas debidamente o de una manera
sana en algún momento determinado en sus vidas.
En muchas ocasiones esa misma debilidad
las lleva a recurrir a evadirse de su situación y se sirven de
sustancias tóxicas como las drogas o el alcohol, lo cual, agravan más
aún la situación no solo de su realidad mental adulterada, sino también
del entorno con los que interactúa.
Necesitan del conflicto como una constante para poder sostenerse en ese círculo vicioso y continuar fomentando en el afuera tanta discordia como sea posible generar.
Los celos, la envidia, los rencores y frustraciones personales,
son aquellas emociones que inducen a estas personas a accionar con
maldad. En general, tienen una clara tendencia a desunir todo tipo de
relaciones fuertes o sanas que puedan percibir a su alrededor, porque no
cuentan con la claridad mental suficiente ni pueden ser impulsadas por
el Amor auténtico que surge siempre desde esa esfera interna de nuestro
ser; el de desear el bienestar y concebirlo tanto para sí mismo como para los demás.
Internamente se sienten no- merecedores
de lo bueno, pero tienen la habilidad para simular sus falsos
propósitos mal intencionados con una conducta complaciente con las
personas en ocasiones, y poder de esa manera corromper luego la armonía
en cualquier ámbito que se muevan, creando discordia con calumnias de
alto calibre de la cual se van retroalimentando cuando los demás caen en
sus redes de mentiras y sufrimiento.
Es difícil lidiar con personas que eligen por motu propio falsear, mistificar, y crearse una realidad alternativa
sin poder conectar con el otro de una manera sana, pero
lamentablemente, es el recorrido que cada uno decide transitar, y lo más
sano que pueda suceder cuando la vida nos acerque inexorablemente a
personas conflictivas, es desearles el bien y enviarles Luz cada día
para que su corazón se ilumine y despierte de esa ilusión en la que se
sumerge por su propio peso, y que el paso del tiempo le lleve el
aprendizaje a su medida, y haga consciente un trabajo introspectivo y
pueda sanar, sin ya tener la necesidad imperiosa de herir a los demás
con su conducta destructiva.
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